Uno de los errores más frecuentes al hablar de la Creación o del origen del Universo es confundir ambas cuestiones y, consecuentemente, acabar sin saber de qué estamos hablando. Son dos realidades emparentadas, si queremos complementarias, pero se corresponden a dos perspectivas distintas.
Cuando hablamos de Creación estamos utilizando un lenguaje religioso. Estamos aceptando que existe un Creador. Mientras al hablar del origen del Universo, nuestro referente es la ciencia. Son dos planos diversos, lo que no significa enfrentados. La mayoría de creyentes formados comparten uno y otro. Pienso que muchos de los desencuentros entre ciencia y fe son consecuencia de confundir ambos planos, por unos y por otros.
La Biblia no responde a la pregunta: «¿cómo o cuándo se formó el Universo?» La respuesta le corresponde a la ciencia. Es la ciencia la que estudia el cómo y el cuándo. La comunidad científica habla mayoritariamente del origen del Universo como el instante primigenio en que después de una gran explosión –¿el Big Bang? – apareció toda la materia y toda la energía que hay actualmente en el universo. No intento dar una clase de cosmología, entre otras cosas porque es un tema del que no soy especialista. Simplemente busco diferenciar la respuesta de la ciencia y la de la fe.
En la Palabra de Dios hayamos respuesta a otra pregunta distinta, insisto no enfrentada a las anteriores cuya contestación corresponde a la ciencia. La comunidad de fe se pregunta por el «¿quién?» es el artífice de la Creación y el «¿porqué?». La respuesta es presentada de una manera sencilla, principalmente en dos textos del primer libro que encontramos en la Biblia: Gn 1,2-4a y Gn 2,4b-25. El primero nos presenta la creación del mundo, a partir del caos original, en el marco de una semana: el culmen de esta creación es el ser humano, hecho hombre y mujer a imagen y semejanza de Dios; es un texto que responde posiblemente a una fuente del s. VI a.C., y donde el autor sagrado responde a las inquietudes religiosas de su comunidad. El siguiente pasaje, aunque está después en el texto definitivo, la mayoría de estudiosos sitúa su origen, cronológicamente, antes (algunos lo remontan al s. X a.C.) El autor, guiado por el Espíritu Santo, muestra al hombre en el inicio del acto creador, y el resto de la creación responde a cubrir sus diversas necesidades. La mujer, en esta narración, goza de la misma dignidad antropológica que su compañero el hombre: es de su misma carne y de sus mismos huesos.
Lógicamente ninguna de las dos narraciones presentadas son científicas: no tienen, ni remotamente, ese interés. Y es algo, por otro lado, imposible con los conocimientos cosmológicos de la época en que se escribieron. Su único interés es religioso, teológico, existencial, comunitario. En la Biblia son las respuestas que hemos de buscar, no otras.
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