La imagen del «pastor» en nuestro contexto actual requiere una aclaración, ya que la figura del pastor no es habitual en nuestra cultura occidental y urbana. Incluso es posible entenderlo con una cierta carga negativa: ¿el rebaño que acompaña al pastor es un grupo de personas sin criterio, de «borregos»?
La figura del pastor es una imagen frecuente en la Biblia. Junto al pastor de profesión, alguien que cuida un rebaño de ovejas o de otros animales, como es el caso de Abel presentado como «pastor de ovejas» (Gn 4,2), encontramos este título referido a Dios, llamado el «Pastor de Israel» (v.gr.: Sl 80,2).
El salmo 23 es uno de los ejemplos más bellos de esta atribución a Dios del título de pastor.
1 El Señor es mi pastor: nada me falta. 2 Sobre los frescos pastos me lleva a descansar, y a las aguas tranquilas me conduce. 3 Él restaura mi aliento, por las veredas justas él me guía, en gracia de su nombre. 4 Aunque hubiera de ir por los valles sombríos de la muerte, ningún mal temería, pues conmigo estás tú: tu bastón y tu cayado me confortan. 5 Enfrente al opresor, me aderezas tú un banquete; con aceite me unges la cabeza, y mi copa rebosa. 6 Sólo bien y favor me van siguiendo todos los días de mi vida. Mi morada es la casa del Señor por los días de los días.
Leyendo, meditando este salmo queda suficientemente claro que la idea de «pastor» y «rebaño» en la Biblia no es imagen de una relación paternalista alienante. La protección del Señor no ahorra las dificultades ni las contrariedades, pero sí conforta, ayuda, consuela.
Jesús reivindicará para si, en diversas ocasiones, el título de pastor, sobre todo en el evangelio de Juan:
Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas (Jn 10,11).
Este título de pastor es mencionado en la epístola e los Efesios aplicado a algunos dirigentes de la comunidad, donde se enumera diversos carismas eclesiales, otorgados para la edificación del cuerpo de Cristo:
Él (el Señor) dio a unos el ser apóstoles; a otros profetas; a otros evangelistas; a otros pastores y maestros, a fin de organizar al pueblo santo para las funciones del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo (Ef 4,11-12)
En las comunidades paulinas se entenderá el carisma de «pastor», junto con otros, como un ministerio al servicio de la comunidad: «para la edificación del cuerpo de Cristo.»
Pablo, fundador de comunidades
La imagen de Pablo de Tarso recorriendo cientos e incluso miles de kilómetros predicando la «Buena noticia» de Jesús es sobradamente conocida. Lucas, en los Hechos de los Apóstoles, narrará tres grandes viajes del Apóstol, recorriendo a pie, en barco y en todas las formas de transporte conocidas el vasto Imperio romano. Pablo predicará el evangelio por todas partes: Antioquia de Siria, Antioquia de Pisidia, Chipe, Panfilia, Licaonia, Galacia, Filipos, Tesalónica, Atenas, Corinto, Éfeso, Mileto, Jerusalén, Roma, ¿Tarraco?...
Por la obra lucana y, sobre todo, por las propias cartas de Pablo constatamos que su preocupación no terminaba con la predicación, si no que su interés era formar una comunidad estable en cada uno de los lugares donde había evangelizado.
Esta preocupación no finalizaba cuando abandonaba dicha comunidad para ir a predicar a otro lugar, continuaba incesantemente, como constatamos por sus escritos.
Al servicio de todas las comunidades
Pablo tiene conciencia de su autoridad sobre las diferentes comunidades por él fundadas, y la reivindicará cuando es cuestionada por alguien, sobre todo si constata o intuye que eso repercutirá en detrimento de la comunidad, como ocurría, por ejemplo, en la comunidad de Corinto.
Y aunque me propasara alardeando de la autoridad que me confirió el Señor sobre vosotros, para construir y no para destruir, no sentiría vergüenza (2Cor 10,8)
Aunque también en estos casos su autoridad la entenderá como un servicio para la construcción eclesial, para la comunión con Cristo.
Su relación con las diversas comunidades tomará tanto la forma de padre como la de madre.
7 Y aunque, en nuestra condición de apóstoles de Cristo, podríamos haber impuesto nuestra autoridad, adoptamos, por el contrario, entre vosotros una actitud suave, como una madre que cría a sus hijos. 8 Tal era nuestro cariño para con vosotros, que deseábamos poner a vuestra disposición no sólo el evangelio de Dios, sino nuestras propias vidas. Tan queridos llegasteis a ser para nosotros. 9 Recordad, si no, hermanos, nuestros esfuerzos y fatigas: trabajando, día y noche, a fin de no ser una carga para ninguno de vosotros, proclamamos entre vosotros el evangelio de Dios. 10 Vosotros sois testigos - y el mismo Dios lo es - de cuán religiosa, recta e irreprochable fue nuestra conducta para con vosotros, los creyentes. 11 Como bien sabéis, tratábamos con vosotros uno a uno, como un padre con sus hijos, 12 exhortándoos y animándoos y conjurándoos a llevar una vida digna del Dios que os llama a su reino y a su gloria. (1Tes 2,7-12)
La imagen de padre, en el contexto que le tocó vivir a Pablo, significaba sobre todo autoridad, autoridad incuestionable, al que deben obediencia y sumisión sus «hijos». Pablo sólo utilizará estos apelativos de padre y de hijos cuando se refiere a las comunidades por él fundadas. Él siente que tiene una relación especial con estas iglesias en las que él ha puesto el fundamento.
Pero, inmediatamente encontramos una segunda imagen, la de una madre. Su autoridad, su ascendencia no quiere utilizarla para provecho, dominio o prestigio propio, sintiéndose superior o mejor a ningún miembro de dichas iglesias. Comprende su relación con las comunidades de una forma maternal, afectiva: «una actitud suave, como una madre que cría a sus hijos» (v. 7). Y así hablará de cariño, de disposición, de esfuerzos, de fatigas, capaz de entregar por ellos la propia vida… Se siente como una madre que es capaz de darlo todo por sus hijos.
En otro lugar afirmará, en la misma línea:
Hijitos míos, a quienes de nuevo estoy dando a luz con dolor, hasta que Cristo sea formado en vosotros (Gal 4,19).
Su relación con dichas comunidades, por él fundadas, la entiende, la explica como un parto. Incluso habla de los dolores de ese parto, un alumbramiento a la vida en Cristo. Una maternidad que inicia, a través de un «nacimiento», una nueva existencia.
Y señalará la diferencia fundamental entre él y el resto de dirigentes de dichas iglesias:
Pues aunque tengáis diez mil pedagogos en Cristo, padres no tenéis muchos: porque yo os engendré en Cristo Jesús por el Evangelio (1Cor 4,15).
Por eso reivindicará una relación especial, única con las comunidades que él ha evangelizado. Los demás serán como mucho pedagogos, instructores, pero no su padre y su madre.
Pastor preocupado por todos y cada uno de los miembros de la comunidad
La preocupación pastoral por cada uno de las comunidades será una tarea prioritaria en la vida de Pablo.
Además de otras cosas, la preocupación por todas las iglesias que pesa sobre mí día tras día. (2Cor 11,28)
Después de enumerar las múltiples dificultades por las que ha tenido que pasar en la tarea evangelizadora, el Apóstol menciona la preocupación, el cuidado que le conlleva las diferentes iglesias por él formadas. Una ocupación diaria, cotidiana, comentará.
Ese celo por las comunidades implicará en algunas ocasiones severidad, pero siempre será desde una llamada a volver al autentico evangelio. Su aparente dureza sólo responde a una preocupación amorosa, pastoral, maternal.
1 ¡Oh insensatos gálatas! ¿Quién os ha fascinado, a vosotros, ante cuyos ojos ha sido presentado Jesucristo crucificado? 2 Sólo esto quiero saber de vosotros: ¿recibisteis el Espíritu por las obras de la ley o por la aceptación de la fe? 3 ¿Tan insensatos sois? Habiendo empezado por el Espíritu, ¿vais a terminar ahora en carne? (Gal 3,1-3).
2 Estoy celoso de vosotros con celo de Dios, porque os desposé con un solo marido para presentaros, como virgen pura, a Cristo. 3 Pero temo que, como la serpiente engañó a Eva con su astucia, también vuestros pensamientos se corrompan apartándose de la sencillez y de la pureza que debéis a Cristo (2Cor 11,2-3).
La insensatez que recrimina a los cristianos de Galacia y los temores a que los de Corinto se dejen engañar por falsos predicadores del Evangelio responden exclusivamente a su exquisita preocupación pastoral por estas iglesias.
Esa misma inquietud y celo le llevará a buscar el bien de todos en las comunidades, sobre todo de los más débiles.
Sin embargo, tened cuidado de que esa libertad vuestra no sea un escándalo para los débiles (1Cor 8,9).
Pablo, el gran defensor de la libertad cristiana, no tendrá problemas en recordar que la libertad, en un seguidor de Jesús, está siempre supeditada al amor, de una forma especial al amor a los más frágiles, a los más pequeños.
La inquietud fundamental de Pablo con respecto a sus comunidades es que «que Cristo sea formado en vosotros» (Gal 4,19), en cada persona. Es la tarea pastoral por excelencia.