Su origen histórico se remonta al siglo XIII. En la Navidad de 1223, Francisco de Asís, en una ermita de Greccio, un pequeño pueblo situado entre Roma y Asís, organizó el primer belén viviente de la historia; incluso consiguió que se celebrase la Eucaristía en el lugar, ante la primera representación viva del Nacimiento de Jesús. La tradición se conservó desde aquel momento y el paso a belenes con figuras fijas no tardó en llegar. La costumbre de pesebres vivientes goza también de una larga historia en nuestras tierras: «El Pessebre Vivent» de Corbera de Llobregat; el «Pessebre» de Bàscara; el de les Torres de Fals; el «Belén de los oficios olvidados» en Sant Guim de la Plana; etc.
Aunque, lógicamente, su inspiración y fundamento son bíblicos, concretamente de los Evangelios. Está cimentada en los datos que nos proporcionan prioritariamente los evangelios canónicos, concretamente los de Mateo y Lucas. Ambos conservan los llamados «relatos de la infancia», aunque con acentos distintos.
En el evangelio de Mateo descubrimos la escena de María con el niño; la de los magos o sabios de Oriente guiados por una estrella hasta Belén, el lugar donde ha nacido Jesús, para adorarlo; la figura de Herodes, la matanza de los inocentes y la huida a Egipto (cf. Mt 2,1-23).
Por su parte Lucas sitúa también la escena del nacimiento en Belén, en un establo, donde María, junto con José, ponen al niño en un pesebre (un comedero de animales), «porque no encontraron lugar donde hospedarse»; el anuncio del acontecimiento, por parte de un ángel, a unos pastores que dormían al raso, indicándoles que es una «buena noticia», una gran alegría para todo el pueblo (cf. Lc 2,1-20).
Lo fundamental de nuestros pesebres –igual que en el de Francisco de Asís– está tomado prestado de estos dos relatos. Aunque la tradición popular ha añadido otros elementos, algunos de ellos proporcionados por algunos evangelios apócrifos piadosos, como la tradición del buey y el asno (o la mula). Como seguramente no son tan conocidos como los evangelios canónicos, los citaré literalmente (indudablemente no debemos dejar de leer y meditar las narraciones de Mateo y Lucas):
El tercer día después del nacimiento del Señor, María salió de la gruta, y entró en un establo, y depositó al niño en el pesebre, y el buey y el asno lo adoraron. Entonces se cumplió lo que había anunciado el profeta Isaías: El buey ha conocido a su dueño y el asno el pesebre de su señor.
Y estos mismos animales, que tenían al niño entre ellos, lo adoraban sin cesar. Entonces se cumplió lo que se dijo por boca del profeta Habacuc: Te manifestarás entre dos animales. Y José y María permanecieron en este sitio con el niño durante tres días.
(EvPsMt XIV,1-2)
Y había en la cueva un buey, un caballo, un asno y una oveja, y junto al pesebre yacía una gata con sus crías; y también había palomas sobre ellos, y cada animal tenía su compañero, un macho o una hembra.
Aconteció, pues, que El nació en medio de los animales, porque vino para liberarlos también a ellos de sus sufrimientos. El vino a liberar a los hombres de su ignorancia y egoísmo, y a manifestarles que son hijos e hijas de Dios.
(EvXII 4,4-5)
El primer texto del Evangelio del PseudoMateo justifica la presencia del buey y el asno a partir de dos citas proféticas: Is 1,3 y Hab (LXX) 3,2; y la presencia de animales se multiplica en la cita del Evangelio de los Doce.
La tradición del pesebre hunde sus raíces más profundas en los datos bíblicos, adornado con alguna otras tradiciones menores de la piedad popular. El pesebre nos habla del verdadero sentido de la Navidad, es una catequesis iconográfica, forma parte de nuestra cultura... Os invito a mantener la buena costumbre de poner el belén en nuestras casas, en nuestros centros sociales, en...
El pesebre nos recuerda que Jesús es «Dios con nosotros»; es presencia amorosa en medio de nuestras vidas, nuestras familias, nuestras comunidades, nuestro mundo.