Cualquier afirmación que hagamos de Dios será siempre inapropiada, inexacta. La teología apofántica o teología negativa asevera: «si de Dios puedo afirmar algo, éste no es Dios». Sin llegar a compartir plenamente esta afirmación, al menos en su forma extrema, sí que creemos que todas las aproximaciones que hagamos de Dios serán siempre eso, aproximaciones. Nunca podremos llegar a aserciones unívocas sobre Él, nos tendremos que conformar con movernos en el mundo de la analogía (no del equívoco), con todas las limitaciones que eso supone.
Una vez manifestados estos presupuestos, constatamos que en la Biblia encontramos, con frecuencia, afirmaciones sobre Dios. Se habla de su santidad, de su justicia, de su misericordia, etc. También se le aplican sentimientos, a imagen de los sentimientos humanos: amor, ira, paciencia, fidelidad... Y, de forma similar, diversas realidades humanas se convierten en iconos de la realidad íntima de Dios. Nada de ello define ni, menos aún, agota la realidad divina, pero nos sirven para comprender un poco más al Dios de la Biblia.
El amor esponsal será una imagen privilegiada para expresar de forma plástica cómo es el amor de Dios. Este amor tomará la forma de enamoramiento, de atracción, de pasión, de fidelidad, de respeto, de diálogo amoroso...
Es curioso que en hebreo no existe una palabra que se corresponda exactamente con la nuestra «matrimonio». De hecho en la Biblia se habla de pacto, de alianza (berit, en hebreo) entre un hombre y una mujer, y se corresponde a la idea del pacto o alianza de Dios con su pueblo. De ahí que la imagen del matrimonio servirá para evocar las relaciones de Dios e Israel, de Dios y la comunidad creyente, de Dios y la persona humana.
Los textos que reproducen esta imagen son heterogéneos, aunque serán los libros proféticos y los sapienciales los que con más frecuencia la utilizarán.
Descubriremos este símil en la dura experiencia matrimonial del profeta Oseas (Os 1-3). El profeta se casa con una prostituta, de la que acaba enamorándose, pero no es correspondido en ese amor. Su esposa, Gómer, le es infiel de forma continuada. Después de múltiples infidelidades, el profeta presenta una acusación formal contra ella ante sus hijos (2,4-8). La relación esponsal ha terminado: ya no hay posibilidad alguna de reconciliación. Las infidelidades, las prostituciones han sido muchas y frecuentes. Oseas decide abandonarla, repudiarla: ya no la reconoce como esposa. La lectura en clave de las relaciones entre el Señor e Israel nace de forma espontánea: el pueblo ha sido infiel, se ha prostituido con falsos dioses; sólo es merecedor del abandono de Dios.
La siguiente escena (2,9-15) aumenta en fuerza dramática. Gómer corre tras sus amantes que la han abandonado. Ella esperaba encontrar con ellos la felicidad, conseguir de ellos «el trigo, el mosto y el aceite», y no lo consigue. El trigo, el vino (o mosto) y el aceite son los frutos de la tierra imprescindibles para sobrevivir en la cultura mediterránea del Antiguo Próximo Oriente, y era obligación del esposo proveer de ellos a la esposa. El profeta negará este derecho a su esposa, ya no se lo merece; no tiene ningún derecho. La lectura teológica también es obvia: Israel no tiene derecho a ningún privilegio de Dios, a causa de sus infidelidades, por buscar en otros dioses lo que sólo podía encontrar en el Dios de Israel.
En la tercera y última escena (2,16-18) es Dios mismo quien toma la palabra, no el profeta. El tono ya no es de rabia, venganza o castigo. Hay un cambio de lógica. El lenguaje actual es el de un esposo enamorado, capaz de perdonar y olvidar, por amor, cualquier cosa. El camino que elige el Señor no se corresponde con la lógica humana, es totalmente distinto al propuesto en las dos escenas anteriores. Yahvé opta por «seducir» a su amada Israel, por volverla a enamorar. Y, para ello, decide llevarla al desierto, lugar donde nació el amor, el pacto de alianza entre ambos. Y allí «le hablaré al corazón». El esposo espera ansioso la respuesta de la esposa, necesita sentirse amado por ella, recobrar el primer amor de juventud.
Es un texto precioso que nos aproxima a entender cómo Dios ama, como nos ama. Ejemplos similares encontraremos en otros libros (Is 62,1-9; Ez 16,7b-63; Ct; etc.). Y es que el amor de Dios es único.
Una vez manifestados estos presupuestos, constatamos que en la Biblia encontramos, con frecuencia, afirmaciones sobre Dios. Se habla de su santidad, de su justicia, de su misericordia, etc. También se le aplican sentimientos, a imagen de los sentimientos humanos: amor, ira, paciencia, fidelidad... Y, de forma similar, diversas realidades humanas se convierten en iconos de la realidad íntima de Dios. Nada de ello define ni, menos aún, agota la realidad divina, pero nos sirven para comprender un poco más al Dios de la Biblia.
El amor esponsal será una imagen privilegiada para expresar de forma plástica cómo es el amor de Dios. Este amor tomará la forma de enamoramiento, de atracción, de pasión, de fidelidad, de respeto, de diálogo amoroso...
Es curioso que en hebreo no existe una palabra que se corresponda exactamente con la nuestra «matrimonio». De hecho en la Biblia se habla de pacto, de alianza (berit, en hebreo) entre un hombre y una mujer, y se corresponde a la idea del pacto o alianza de Dios con su pueblo. De ahí que la imagen del matrimonio servirá para evocar las relaciones de Dios e Israel, de Dios y la comunidad creyente, de Dios y la persona humana.
Los textos que reproducen esta imagen son heterogéneos, aunque serán los libros proféticos y los sapienciales los que con más frecuencia la utilizarán.
Descubriremos este símil en la dura experiencia matrimonial del profeta Oseas (Os 1-3). El profeta se casa con una prostituta, de la que acaba enamorándose, pero no es correspondido en ese amor. Su esposa, Gómer, le es infiel de forma continuada. Después de múltiples infidelidades, el profeta presenta una acusación formal contra ella ante sus hijos (2,4-8). La relación esponsal ha terminado: ya no hay posibilidad alguna de reconciliación. Las infidelidades, las prostituciones han sido muchas y frecuentes. Oseas decide abandonarla, repudiarla: ya no la reconoce como esposa. La lectura en clave de las relaciones entre el Señor e Israel nace de forma espontánea: el pueblo ha sido infiel, se ha prostituido con falsos dioses; sólo es merecedor del abandono de Dios.
La siguiente escena (2,9-15) aumenta en fuerza dramática. Gómer corre tras sus amantes que la han abandonado. Ella esperaba encontrar con ellos la felicidad, conseguir de ellos «el trigo, el mosto y el aceite», y no lo consigue. El trigo, el vino (o mosto) y el aceite son los frutos de la tierra imprescindibles para sobrevivir en la cultura mediterránea del Antiguo Próximo Oriente, y era obligación del esposo proveer de ellos a la esposa. El profeta negará este derecho a su esposa, ya no se lo merece; no tiene ningún derecho. La lectura teológica también es obvia: Israel no tiene derecho a ningún privilegio de Dios, a causa de sus infidelidades, por buscar en otros dioses lo que sólo podía encontrar en el Dios de Israel.
En la tercera y última escena (2,16-18) es Dios mismo quien toma la palabra, no el profeta. El tono ya no es de rabia, venganza o castigo. Hay un cambio de lógica. El lenguaje actual es el de un esposo enamorado, capaz de perdonar y olvidar, por amor, cualquier cosa. El camino que elige el Señor no se corresponde con la lógica humana, es totalmente distinto al propuesto en las dos escenas anteriores. Yahvé opta por «seducir» a su amada Israel, por volverla a enamorar. Y, para ello, decide llevarla al desierto, lugar donde nació el amor, el pacto de alianza entre ambos. Y allí «le hablaré al corazón». El esposo espera ansioso la respuesta de la esposa, necesita sentirse amado por ella, recobrar el primer amor de juventud.
Es un texto precioso que nos aproxima a entender cómo Dios ama, como nos ama. Ejemplos similares encontraremos en otros libros (Is 62,1-9; Ez 16,7b-63; Ct; etc.). Y es que el amor de Dios es único.
Precioso, me ha encantado y más por el desconocimiento del texto que tenía.
ResponEliminaMuchas gracias,
Emili
Javier:
ResponEliminaGracies pel comentari.
Sobretot per l'explicació teològica, el paral·lelisme de l'amor conjugal i l'amor de Déu per Israel.
Salutacions
Roser
Desde luego que el amor de Dios es incomparable con el de cualquier ser humano.
ResponEliminaPero es muy hermosa la visión de reconquista por parte de Dios.
Enmig d'una societat abrumadorament laica, resulta mot gratificant llegir articles com aquest que parla de l'amor dels esposos fent la comparança amb l'amor infinit de Déu envers el seu poble.
ResponEliminaAquestes cites bíbliques que hi poses, conviden a obrir la Bíblia més sovint a aquells que ens diem cristians i ho volem ser-ho,però massa sovint deixem el "llibre dels llibres" un pel massa arraconat.
Gràcies per fer-me arribar aquestes teves ratlles tan plenes de contingut i d'esperit bíblic.